Un análisis nacional con más de 12.000 hogares brasileños mostró que, durante la pandemia, los hogares encabezados por mujeres negras tuvieron más del triple de riesgo de inseguridad alimentaria severa en comparación con los liderados por hombres blancos, evidenciando los efectos combinados del racismo estructural y la desigualdad de género. La investigación se publicó en BMC Public Health.
Introducción
La pandemia de COVID-19 acentuó desigualdades históricas en el acceso a la alimentación en Brasil. Las medidas de aislamiento provocaron pérdida de ingresos, desempleo y aumento del hambre, afectando de manera desigual a los grupos sociales. Antes de la crisis sanitaria, el país había logrado salir del mapa mundial del hambre gracias a políticas de seguridad alimentaria y nutricional, pero la desarticulación de estas políticas desde 2016 y la adopción de medidas de austeridad generaron retrocesos.
La literatura evidencia que las mujeres negras enfrentan vulnerabilidades acumuladas por la intersección de racismo y sexismo, con empleos precarios, baja escolaridad y sobrecarga de tareas domésticas y de cuidado. Este estudio analiza cómo género y raza/color influyeron en los niveles de inseguridad alimentaria (IA) durante la pandemia, considerando las dinámicas estructurales de discriminación.
Enfoque y resultados
El análisis se basó en los microdatos de las encuestas nacionales VIGISAN I (2020) y VIGISAN II (2021–2022), representativas de todo el territorio brasileño y coordinadas por la Red PENSSAN. En conjunto, abarcaron más de 14.900 hogares. La inseguridad alimentaria se evaluó mediante la versión abreviada de la Escala Brasileña de Inseguridad Alimentaria (EBIA), que clasifica a los hogares en seguridad alimentaria, inseguridad leve, moderada o severa.
Los resultados mostraron que la seguridad alimentaria nacional disminuyó de 44,8 % a 41,3 %, mientras que las formas moderadas y severas de IA aumentaron de 20,5 % a 30,7 %. El incremento fue más pronunciado en los hogares encabezados por mujeres negras o pardas, donde el riesgo de IA moderada o severa fue más de tres veces mayor que en los hogares con jefatura masculina blanca (OR ajustado 3,2; IC95% 2,5–4,0). En el mismo periodo, la probabilidad de padecer hambre aumentó del 9 % al 17 % en las familias lideradas por mujeres negras, y del 5 % al 10 % en las lideradas por mujeres blancas. Entre los hombres negros, el riesgo pasó del 1 % al 8 %, volviéndose estadísticamente significativo solo en el segundo año de pandemia.
Discusión y conclusiones
La inseguridad alimentaria en Brasil durante la pandemia mostró un patrón interseccional, donde el género y la raza/color actuaron como determinantes sociales de primer orden. Los hogares encabezados por mujeres negras fueron los más afectados por la pérdida de ingresos, la informalidad laboral y la falta de políticas públicas efectivas. Este grupo acumuló múltiples desventajas: trabajo precarizado, sobrecarga doméstica y reducción de redes de apoyo por el cierre de escuelas y guarderías.
La combinación de racismo estructural y patriarcado generó lo que autoras brasileñas denominan “asfixia social”: un entramado de opresiones que restringe derechos y oportunidades. Las políticas de emergencia, como el auxilio económico federal y la distribución de alimentos escolares, resultaron insuficientes para contener el deterioro alimentario.
Los autores destacan la necesidad de políticas antirracistas y antipatriarcales de seguridad alimentaria, que integren la perspectiva interseccional en la formulación de programas sociales. La reactivación del Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional (CONSEA) en 2023 y el retorno de conferencias nacionales son pasos fundamentales, pero requieren continuidad, enfoque territorial y participación comunitaria para garantizar el derecho humano a la alimentación adecuada.