Un metanálisis de 117 estudios longitudinales (292.739 niños y niñas), publicado en Psychological Bulletin, confirmó que el uso excesivo de pantallas electrónicas y los problemas socioemocionales en la infancia se retroalimentan de forma recíproca. La mayoría de los datos proviene de países occidentales como Estados Unidos, Canadá, Australia y Europa del Norte.
Introducción
El crecimiento exponencial del uso de pantallas electrónicas desde edades tempranas ha generado una creciente preocupación entre familias, profesionales de la salud y formuladores de políticas públicas. Aunque la evidencia previa ha señalado posibles efectos negativos del tiempo frente a pantallas sobre el bienestar psicológico infantil, la mayoría de estos estudios eran de tipo transversal, lo que impedía establecer relaciones de causalidad. La salud socioemocional infantil —entendida como la capacidad de los niños para identificar, expresar y manejar sus emociones, establecer vínculos y afrontar situaciones adversas— es un componente crítico del desarrollo saludable.
Este estudio se propuso examinar, con base en evidencia longitudinal, si el uso de pantallas puede influir en el desarrollo de problemas socioemocionales, y si los niños con estas dificultades tienden, a su vez, a recurrir a las pantallas como estrategia de afrontamiento. La investigación se centra en una etapa clave del desarrollo, ya que la mitad de los trastornos mentales comienza antes de los 14 años, y las alteraciones socioemocionales en la niñez predicen problemas de salud mental en la adolescencia.
Enfoque y Resultados
Los autores realizaron una revisión sistemática y metanálisis de 117 estudios longitudinales con un total de 292.739 niños menores de 10,5 años. La gran mayoría de los datos analizados proviene de investigaciones realizadas en países occidentales, principalmente Estados Unidos, Canadá, Australia, Alemania y los Países Bajos. Se aplicaron modelos estructurales de panel cruzado (SEM) para analizar las relaciones bidireccionales entre el uso de pantallas y los problemas socioemocionales. Se hallaron asociaciones pequeñas pero estadísticamente significativas en ambas direcciones: el uso de pantallas predijo un leve aumento en los problemas socioemocionales a futuro (β = 0,06), mientras que los niños con síntomas socioemocionales —tanto internalizantes como externalizantes— tendieron a incrementar su tiempo frente a pantallas con el paso del tiempo (β = 0,06).
El análisis de moderadores reveló que las asociaciones eran más fuertes cuando el uso estaba vinculado a videojuegos (β = 0,32 para pantallas→problemas y β = 0,44 para problemas→pantallas). También se observaron efectos más pronunciados entre los niños mayores (6 a 10 años), en quienes los efectos acumulativos a lo largo del tiempo resultaron más evidentes. En cambio, cuando el uso de pantallas se daba dentro de los límites recomendados, los efectos eran insignificantes.
El contenido general y no supervisado, así como el escaso involucramiento de los adultos, se asociaron con mayor riesgo, a diferencia de usos educativos o actividades compartidas con cuidadores. También se observaron diferencias según sexo: las niñas tendieron a desarrollar más problemas socioemocionales tras el uso de pantallas, mientras que los varones, especialmente en edad escolar, mostraron un patrón más fuerte de recurrencia a pantallas frente a síntomas previos.
Recomendaciones para futuras investigaciones
Aunque el presente metanálisis constituye la síntesis longitudinal más exhaustiva hasta la fecha sobre el vínculo entre uso de pantallas y problemas socioemocionales en la infancia, sus hallazgos deben interpretarse con ciertas precauciones metodológicas. La mayoría de los estudios incluidos utilizaron medidas autorreportadas por niños, cuidadores o docentes, lo cual introduce sesgos de memoria y percepción. Solo un estudio empleó mediciones objetivas (por ejemplo, registros electrónicos). También se observó una escasa inclusión de muestras diversas en términos étnicos, socioeconómicos o neurocognitivos, lo cual limita la generalización de los hallazgos.
Para fortalecer la evidencia futura, los autores recomiendan incorporar sistemas de registro automático del uso de pantallas, medidas observacionales directas, y diseños con mayor control de variables de confusión, como estilos parentales, actividad física o calidad del sueño. Asimismo, se destaca la necesidad de incluir niños con trastornos del neurodesarrollo —actualmente excluidos— y de realizar estudios centrados en grupos marginados o poco representados, como niños hispanos, afrodescendientes o de bajos recursos. También se alienta a los investigadores a preregistrar sus estudios, utilizar guías de reporte transparentes y compartir públicamente los datos y los códigos analíticos. Por último, se sugiere avanzar hacia modelos causales más robustos, como los análisis con variables instrumentales o ponderaciones por puntaje de propensión, que permitan establecer inferencias más sólidas sobre la dirección y naturaleza de los efectos.
Discusión y Conclusión
Los hallazgos de esta revisión internacional confirman un vínculo doble entre el uso de pantallas y el bienestar emocional infantil. Aunque los efectos detectados fueron modestos, resultan relevantes cuando se acumulan a lo largo del tiempo, especialmente entre los chicos mayores y quienes usan pantallas sin supervisión. Entre los usos más preocupantes se destacan los videojuegos, que se asociaron con mayor riesgo emocional en ambos sentidos: niños que juegan en exceso tienden a desarrollar más síntomas emocionales, y aquellos con malestar previo son más propensos a refugiarse en ese tipo de contenidos.
El estudio subraya que no solo importa cuánto tiempo pasan los niños frente a una pantalla, sino también para qué la usan y en qué entorno. Actividades compartidas con adultos o enfocadas en el aprendizaje mostraron impactos mucho menores que el consumo aislado y recreativo.
En lugar de demonizar las pantallas, los investigadores proponen repensar su función en la vida cotidiana. Establecer límites, favorecer contenidos adecuados para la edad, y priorizar momentos de juego, conversación y descanso pueden ayudar a cortar el ciclo entre malestar y dependencia digital.
Por último, los autores advierten que no todos los niños están igual de expuestos: las desigualdades sociales y las diferencias culturales pueden influir tanto en el acceso como en el impacto del uso de pantallas. Por eso, sostienen que las estrategias de prevención deben ser inclusivas, realistas y adaptadas a cada contexto familiar.